14 noviembre 2009

A los talibanes no les gusta la musica


Al oído le cuesta a veces acostumbrarse a las músicas extranjeras, que la cultura universal no existe, es la nuestra que se vende en todos los mercados.

Cuando el conductor pone en el radiocasete del coche canciones afganas o tayikas, que viene a ser casi lo mismo, uno tiene, aunque sea por un instante, una conexión íntima con los talibán, una corriente de simpatía, un comprender por qué una de sus primeras medidas cuando tomaron el poder en 1996 fue prohibir la música, la buena y la mala, que para el fanatismo no hay notas, sabores ni texturas.

En la calle llamada Chicken, aunque en ella los únicos pollos desnortados visibles son los extranjeros de compras, hay una tienda minúscula a la que se accede por una puerta estrechísima que casi obliga a entrar de lado.

Vende cedés y deuvedés de música, series televisivas y películas sin importar si son de Hollywood o Bollywood, o de un estudio de andar por casa. Lo que les une no es la calidad ni la procedencia, sino que son más piratas que el top manta de la Puerta del Sol, Las Ramblas o Sierpes, que un país como Afganistán
no hay espacio para florituras ni preocupaciones con el asunto del copyright.

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